Es sábado y está lloviendo a cántaros. Los días húmedos y nublados no me generan emoción. Tengo que crearla. Suelo poner música alegre y mover un poco el cuerpo para que llegue a la mente. Una mente en movimiento fluctúa entre diferentes estados de ánimo, y eso quiero. Quiero salir de la neblina mental y encontrar luz. Todo en mi cabeza. ¿Cómo está mi cabeza? ¿Se han hecho la pregunta alguna vez? ¿Qué tanto orden o desorden pueden encontrar cuando apuntan con una linterna en las distintas ventanas? ¿Hay caos? O tal vez hay un camino claro, seco y sin ramas bloqueando el paso. ¿Qué imágenes suelen recrear cuando se quedan mirando a la nada? Me refiero dentro, en sus cabezas. ¿A dónde se van cuando ya no están aquí, presentes? Esto me hace pensar mucho en mis procesos como escritora. Cuando escribo, me voy, salgo del marco real y entro en el marco imaginario. ¿No les pasa? No comparto esas ideas sobre cómo escribir te hace conectar más con el presente porque, honestamente, no me pasa. Y eso está bien para mí. Soy una escritora que observa más con los ojos cerrados que abiertos. Utilizo más mi imaginación que otra facultad, y la uso para crear. Crear es lo primordial. Siempre lo repito, pero sí, es nuestra naturaleza. Somos creaciones hechas para crear. Fin.
Siento que todos tenemos siempre una elección interna. ¿Qué película queremos ver ahora? Sí, ahí dentro. Esa película, en la mayoría de los casos, determina cómo nos sentimos. Si decido poner la película de cuándo mi abuelo leyó mis cuentos sentado en su silla mecedora y los repasó con marcadores, escribió comentarios y me releyó sus partes favoritas, mi pecho se infla como un gallo y sonrío. Me siento satisfecha, dichosa, plena. Si decido poner la película de cuándo recorrí las playas de Byron Bay en Australia con el corazón hecho una bola de papel arrugado en la basura, recién mudada, sin amigos ni trabajo, me siento tan pero tan sola. Recordar esa soledad dolorosa me cambia la temperatura del cuerpo. Mis espalda siente escalofríos, mis ojos se enrojecen y quieren lloviznar. De repente nada tiene sentido. Un recuerdo que causó una impresión tan fuerte en mí no se puede pasar por alto. Influye de una u otra forma en mi presente. Por eso soy cuidadosa con qué película decido ver antes de escribir, especialmente antes de escribir. Eso determinará el humor del texto, la sensación que se transmite al lector y mis intenciones de cómo quiero desarrollarlo. Digamos que la película me inspira a escribir, de ahí saco ideas, escenas, reflexiones. Es mi punto de partida, y por supuesto que no tiene que ser mi punto final. Eso fluctúa. Además, siempre puedes cambiar de canal. Tal como tener tu propia televisión mental, tienes la libertad de elegir qué quieres ver todo el tiempo. Es un poder grandísimo para los humanos, pero me gusta creer que más para nosotros, quienes escribimos como oficio. La escritura se escribe primero en la cabeza. Se escribe a través de figuras, colores, sonidos, olores, gustos, todo lo tangible que uno puede ver con facilidad. Ese es un ejercicio que suelo hacer en mis cursos de escritura: intentar ver lo intangible como tangible. Una emoción en imagen, por ejemplo. ¿Cómo ves al amor? El amor es cebar un mate juntos. ¿A qué huele el amor? Huele a tierra mojada y vino dulce. ¿A qué sabe el amor? A milanesa. ¿Cómo se oye el amor? A una risa fuerte, tartamuda e infinita. Intenten convertir al amor en algo tangible, o a cualquier sensación que no podemos ver con exactitud y sea subjetiva. Háganla suya. Aduéñense de sus textos mediante la capacidad de concretar lo abstracto. Y recuerden que primero vale tomarse el tiempo de mirar con los ojos cerrados. Mirar el detalle del detalle del detalle. La escritura es rigurosa y minúscula, y eso la hace nuestra.
También hago un énfasis en cómo podemos crear películas y no solo ir a buscarlas. Hace unas semanas escribí un relato que me agradó bastante. Lo titulé El lenguaje de los besos y fue inventado en su totalidad con recursos que me sorprendieron mediante escribía. No sabía que dentro de mi cabeza existía un mundo lleno de desiertos y fronteras y dos personajes emblemáticos que intentaban salvar su amor y usarlo como acto de resistencia. Creé una ficción y eso también pude verlo con los ojos cerrados. Es más, no hay ficción que no sea vista primero con los ojos cerrados, en algún lugar misterioso de la cabeza. Ahí se crean los universos narrativos nuevos que nadie conoce. Si pensamos así, realmente ser escritora se convierte en casi un deber. Es mi responsabilidad aterrizar ese mundo en el papel y darle la oportunidad a otras personas de conocerlo. Si no lo escribo yo, ¿alguien lo hará? No lo sé. Pero si puedo hacerlo yo, ¿por qué no cumplir con mi llamado? Hoy leí: si es tu llamado, seguirá llamando. Y sí, las historias llaman y tocan la puerta, a veces el hombro, y después se van corriendo. Tampoco esperan. Hay que atraparlas en el acto. Escribir es un trabajo serio. Tómatelo enserio.
A todo esto, ¿ya escribiste hoy? Tuve que pedirle a mi pareja espacio para estar acá. Tres horas, le dije; pero podría ser más. Eso me hace recordar: pon tus límites cuando se trata de escribir. Crea el tiempo y siéntate. Cumple con tu rol, con tus palabras y contigo. Entrégate al llamado. Cierra los ojos un rato y mira atentamente. ¿Qué película quieres ver hoy? Si no lo sientes, crea la inspiración. Si no te inspiras, escribe sin inspiración pero pon palabras en el papel vacío. A veces —y casi siempre— se trata de esforzarnos a diario. Me lo digo a mí más que a ustedes: Si quieres vivir de tu escritura, vive como lo haría una escritora. Y ahí la respuesta es fácil.
Siéntate a escribir y no te pares hasta que te guste lo que lees. (La mayoría de veces te gustará al final)
Con amor & calma,
C.
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Que lindo texto, estoy volviendo a escribir y justo me he encontrado a substrack y a estas palabras inspiradoras 🩷
Me encanto leerte por primera vez aca! Es un gusto leer tus palabras, y más para alguien que está empezando a escribir e iniciar este camino! ♥️