¿Qué significa ser buena escribiendo de todos modos?
No sé si soy buena, pero sé mantener el espejo erguido.
Margaret Atwood hace una acotación muy interesante entre escribir y ser escritor/a. Para Margaret, no son lo mismo. Escribir es el acto y ser escritora es la profesión. En su libro On Writers and Writing, ella menciona: Que sea feliz el escritor que comienza simplemente con la actividad. Me hizo pensar. ¿La actividad? O sea poner palabras en un papel en blanco. O sea, como todo en la vida, uno se convierte en alguien a través de la acción. Para ser cocinero, tienes que cocinar; para ser pintor, tienes que pintar; para ser músico, tienes que componer.
Lo entiendo. Para ser escritora, tengo que escribir. Hasta ahora nadie ha mencionado la palabra buena, nadie me ha dicho que tengo que ser buena escribiendo para autodenominarme una escritora. ¿Qué significa ser buena escribiendo de todos modos? Y por favor no quiero escuchar ninguna razón académicamente comprobada por algún literato. Eso no me interesa.
La verdad ni siquiera sé si me estoy haciendo la pregunta correcta. Yo solo quiero escribir de lo que me place y me nace y necesito. Escribir es una necesidad del espíritu. Creo que de eso se va a tratar este escrito: de lo que significa escribir para mí. Porque sí, como se acaban de dar cuenta, descubro sobre lo que va a tratar un escrito escribiéndolo, jamás antes.
Dicen que los escritores fuimos esos niños que aprendieron a leer antes que el resto. Fui una de esas, y me encanta decirlo: Aprendí a leer a los cuatro años, cuando nadie más en mi clase podía (léelo con voz de niña mimada por favor). Me hace sentir una superioridad infantil tonta, como si realmente importara e hiciera alguna diferencia en mi vida actual —cuando todos aprendimos al final—. En fin, leyendo las páginas de On Writers and Writing, Margaret también empezó a leer antes que el resto. Me identifiqué. Y no solo con eso, también me identifiqué con algo que ella escribió. Lo voy a parafrasear: La infancia de los escritores no tienen mucho en común, pero sí contienen usualmente dos cosas y esas son los libros y la soledad.
Fui una niña solitaria, sí. Según mi abuelo, era muy observadora. También sí. ¿Lectora? Más en mi adolescencia. Recuerdo cuando inventaba historias que supuestamente leía y se las contaba a mis amigas. Lo hacía a diario, las inventaba en el momento, prefería inventar que leer. Siempre preferí crear. Tal vez en ese entonces solo era un juego, pero ya había empezado: estaba escribiendo en mi cabeza. Hacía uso de mi imaginación a niveles exponenciales, ni siquiera se me ocurría contar una historia real. ¡Pero qué cosa para más aburrida!
Tal vez fue en uno de esos días de colegio, o tal vez fue en mi casa, sí, probablemente empezó en casa. Ficcionaba la realidad, hablaba sola en mi habitación, creé un personaje alrededor de una almohada que hasta el día de hoy duerme conmigo. Para que un infante convierta su día a día en una ficción y mezcle lo real con lo imaginado tiene que querer huir de esa vida real. Puede que siempre quise irme y finalmente lo hice. Puede que soñaba con encontrar eso que creaba en mi cabeza en algún lado de este mundo. Mis razones no siempre fueron las mismas, a pesar de todo. Comencé creando mundos en los que las leyes funcionaban de manera distinta a la realidad y terminé, en algún punto de mi crecimiento, escribiendo sobre mi realidad. No puedo definir a la escritura desde un lugar inconsciente y la mayoría de niños lo somos. Pero sí puedo definir a la escritura hoy.
Sé que es un proceso complejo. Y también sé que es diferente para cada quién. Lo relaciono mucho al acto de mirarse al espejo, pero no cualquier espejo, sino el que se encuentra detrás del cepillo de pelo. Algunos le dicen: el espejo de vanidad. Lo reformularía. El espejo detrás del cepillo de pelo es un espejo necesario, al que recurrimos en momentos desesperados. Hasta urgentes, podría decir. Es un espejo que tiene movilidad de observación, y alumbra cualquier ángulo. Nos muestra hasta lo escondido, lo que olvidamos al fondo del cajón y de la cartera y lo que se nos cayó bajo la cama, y lo hace delicadamente, sin disfuerzos. El espejo detrás del cepillo de pelo es y será siempre el ojo en mi espalda, el sostén de mi cabeza, la suavidad del tiempo. Es una dualidad que refleja y sujeta, que evidencia y defiende.
Escribir es todo eso, es el acto de pasar el cepillo por mi cabello enredado y ordenarlo. Es dibujar mi silueta donde no cabe entera. Es romper la realidad observada y rearmarla. Soy una mujer que mira el mundo desde un espejo detrás del cepillo. No es para todos, es mío, desde acá solo se ve el mundo para mí. Es un objeto íntimo, minúsculo, rompible, que cumple su función y más.
Solo que no logro capturar detalles desde aquí, me tengo que mover. Y para escribir, hay que moverse, hay que actuar. ¿Acaso no lo dijo Margaret? Un escritor es quien empieza con la actividad. También dijo: No podía ser una escritora a menos de que escribiera algo realmente. Pero antes, hay que observar.
La escritura empieza con la observación detallada de uno mismo en el mundo.
No quiero decir que nací para esto, pero mi espíritu así lo siente.
Parece fácil, pero cuando estés sujetando un espejo detrás del cepillo de pelo frente a ti por más de diez segundos, no te vas a querer mirar más.
La escritura es saber mantener el espejo erguido.
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como siempre, gracias por tu tiempo invertido en este espacio.
me permite creer en la vida con más fuerza.
te quiere mucho,
C.
No se cómo llegué a tu texto pero me encantó ❤️🩹 me identifiqué tanto! Y qué ganas de leer ese libro, lo anotaré en mis pendientes, gracias🫂