hola queridos/as.
les quiero anunciar que, a partir de ahora, tendremos invitados en el newsletter. en cada mes, le propondré una pregunta a un autor y esta será respondida a través de un ensayo, siempre manteniendo los temas en la misma línea que ‘afinándome’. me interesa explorar las cabezas de otros escritores, especialmente de los que vengo siguiendo hace bastante tiempo y siento que tienen algo que aportar a este espacio.
sin mucho más preámbulo, les presento el texto de la escritora argentina Juana Sagarduy. la pueden encontrar en instagram como @juana.txt_ y pueden leer más de su trabajo suscribiéndose a su newsletter Todas Nuestras Palabras.
disfrútenlo,
C.
Se derritió el invierno en mi ciudad y debajo, en la tierra, apareció escrita la pregunta que, entendí entonces, había estado guiando todos mis pasos por meses: ¿Estoy viviendo mi potencial en su totalidad?
Una resistencia me llama a estar acá. Mi primer instinto para responder a esta pregunta es rechazarla. El potencial me tiene harta, la expectativa alrededor de él me ahoga. Quiero responder que no sé ni me importa estar viviéndolo en su totalidad. Que no pienso que alguien pueda hacerlo, porque no existen las totalidades. Que el potencial es una fantasía, una promesa de la que nadie se hace cargo. Pero pienso que no me conocés, no sabés cuál es mi historia. Hace un tiempo largo intento contarla, en lecciones y en momentos y en ausencias. Y quizás ahora me toque contarla a través de esta resistencia. Somos muchas cosas y en este momento yo soy estas ganas de correrme de la pregunta contestando otra.
La potencialidad me hizo existir por años en un mundo de mentira. Potenciales trabajos, potenciales parejas, potenciales viajes. La historia de mi vida real y fáctica entraría en cuatrocientas páginas, la historia de mis potenciales no se terminaría de escribir nunca. Más que mis errores, me atormenta mi potencial. Todo eso que podría ser, todo eso que todavía no soy. Lo detesto. No quiero tener que mirar la ausencia a la cara. El amor potencial es una ausencia de amor presente, un hogar potencial es la ausencia de una tierra segura. Mi potencial personal es una ausencia de logros y confirmaciones. Todo eso que todavía no hice. No tiene forma, pero se compone por sueños que me animé a soñar, ideas que otros cosechan cuando me miran, el invento de alguna profesora de primaria. Es un futuro que pende de un hilo de esperanza que por momentos se me hace ingenuo y débil. Es el deseo transformado en mandato. Es la sospecha de que todavía no soy la persona que se supone que tengo que ser. Ni siquiera el fracaso me da tanta vergüenza.
Me tocó despedirme de la década de mis veinte en un mundo incrédulo con estrés postraumático. Durante tres años le tuve miedo a la muerte y a la eternidad en partes iguales. Viví en el momento, porque la vida es una sola. Lloré pensando en que mi futuro llegaría sin que yo estuviera preparada, porque la vida es larga. Encontré mi propósito y mi voz y esto abrió mi camino. El potencial, entonces, se hizo más pesado. Perdí el acceso a las excusas. Tenía una dirección y tenía recursos. Tenía salud, tenía ideas, tenía aliados. Estaba siempre a punto de ser, siempre casi siendo, nunca siendo del todo. Vivía con la mirada fija en el horizonte, la mente clavada en el objetivo. Y este no se cumplía nunca, porque mutaba o se me escapaba o me confundía. Y yo seguía siendo alguien que podría ser un montón de cosas pero todavía no era ninguna.
El invierno dura tres meses pero en Inglaterra, donde vivo, dura seis. Cuando estás intentando ser eso que se supone que tenés que ser y no entendés cómo serlo, puede durar años. El frío empezó a irse cuando me hice cargo de la vergüenza. Dejé de vivir como alguien que algún día podía ser más y me dediqué a vivir como la persona que ya era. Me animé a imaginar un mundo en el que no soy eso que soñé ser de adolescente, eso que mis profesoras me juraron que podía ser si me esforzaba, eso que el sistema te dice que tenés que ser si querés vivir al máximo. Empecé a descubrir que muchas de mis vidas potenciales dependían primero del potencial mayor: ser mi mejor versión. Renuncié entonces a esos potenciales colaterales. Dejé de mirar el horizonte y volví a mirarme las manos, la cara. Volví a decir mi nombre vacío de cualquier título. Me permití contemplar la idea de que quizás ser más de lo que ya soy no está entre mis capacidades. Me animé a pensar que, si uno elige verlo así, la mejor versión es la presente. Yo elijo verlo así. La mejor yo es la que escribe esto, porque sigue escribiendo gracias y a pesar de todo lo que pasó, porque elige estar escribiendo lo que sabe y lo que siente como verdad en lugar de apuntar a descubrir un horizonte que ni siquiera existe.
Entiendo que renunciar a la auto-mejora constante se entiende a veces como una sentencia. Yo lo sentí así por mucho tiempo. Si me negaba a mí misma la posibilidad de crecer y evolucionar, podía cementar conductas perjudiciales y poner en riesgo mis vínculos y mi bienestar. Me convencí entonces de que trabajar en mí y en mi potencial era la forma de despegarme de mis creencias negativas y encontrar el afecto que, intentaba convencerme, merecía. Con el tiempo, sin embargo, descubrí que no hacía más que someterme a pruebas, exigirme sin compasión, perseguir a través de cambios infinitos una versión de mí que fuese finalmente digna de aprobación y cariño. Quiero repensar algunos términos, y quiero que me alcance con saber que yo creo en su definición. No quiero que en mi ecuación mental alcanzar el potencial equivalga a convertirme en alguien que no soy. No quiero que la definición de logro sea “objeto habilitante de amor”. No quiero que ir a mi ritmo sea sinónimo de mediocridad. Y también quiero que algunos términos tengan definiciones múltiples. Un patrón limitante puede ser un método de autodestrucción, pero también puede ser una costumbre protectora. Puede ser un hábito que me permita incorporar lecciones a un ritmo que puedo procesar, la licencia que me doy para trabajar siempre sobre terreno seguro, mejorando de forma microscópica. Me gusta pensar que puede ser el ancla que necesito para evolucionar sin desconocerme. Mis mecanismos de sabotaje no tienen por qué ser palos en la rueda. A veces son pedidos de ayuda de mi cuerpo, alarmas que me indican que estoy yendo muy rápido, que necesito parar. A veces son el recordatorio de que tengo tiempo.
Odio la idea de potencial, pero me obligo a recordar que es imposible confiar en la definición real de las palabras. Existen acepciones personales y conceptos sociales. El potencial para mí no fue nunca sinónimo de talento ni fuerza personal. Fue el peso de lo inexistente, la obligación de hacerlo existir. ¿Qué pasaría si sostengo que mi potencial se presenta como el presagio retroactivo de todo lo que ya sucede? Pienso que no sería imposible descubrirlo recién cuando la acción real se hace presente. Este texto, por ejemplo, está a punto de encontrar su punto final. Lo releo y entiendo que mis ideas supieron trasladarse a la página, un poco gracias a mis esfuerzos y un poco a pesar de ellos. El acto de escribir estas palabras fue honesto y propio. El resultado es placentero y sorpresivo. Elijo ver, ahora, que en mí estaba el potencial para sacar este texto. La confirmación llega primero, el descubrimiento del potencial después. Veo que pude y recién ahí entiendo que podía hacerlo. Hago desde el impulso y el deseo, y me permito proponerme solo aquello que ya hice. Apuesto al pasado, de forma segura, quizás dirías mediocre, sabiendo que no voy a ganar nada, que no hay premio ni laureles, pero hay tiempo. La vida es una pero es larga. Tengo tiempo de hacerlo todo, si así lo deseo. Tengo tanto tiempo que puedo conseguir lo que me propongo sin necesidad de sacrificarme a mí.
❤️🩹❤️
Simplemente gracias, sentí como todo el texto se incrustaba dentro de mi 🤍