El arte de contar y los secretos del Tata
Esta es la historia detrás de nuestra próxima masterclass.
Mi Tata me lo enseñó.
Esperaba que la mesa estuviera vacía, o más bien, que nos quedáramos él y yo en ella, que estuviera vacía del resto y que se creara esa sensación de iniciación de un ritual. La mesa era ovalada, él en una punta y yo en la otra, ambos mirándonos, ambos con una taza de leche en nuestras manos. Yo sabía que él preguntaría, como siempre lo hacía, yo sabía que él esperaba el silencio previo al ritual, a nuestro ritual. Y preguntaba:
“¿No dejaste ni un secreto en tu taza?”
Yo bajaba la mirada a mi taza, como si no supiera que quedaban solo unas gotas de leche insignificantes, casi inexistentes, pero para el Tata eran los secretos que él quería escuchar. Como les digo, era nuestro ritual, tal vez ininteligible para muchos, un lenguaje secreto para nosotros.
Si no quedó claro, lo vuelvo a explicar. Yo no solía terminar mi taza de leche a la hora de cenar, es más, me costaba beberme hasta la última gota. Por alguna razón, solo me era agradable beber la taza de leche hasta la mitad, luego se convertía en una lucha, un escape, un intento de huida de la vista de mi Tata, sí de mi abuelo. El Tata tenía una sola regla: beber hasta la última gota de la taza de leche. Y cuando él mencionaba hasta la última gota, lo decía en serio. El Tata quería ver a la taza completamente vacía.
Tata, eso es difícil.
Todos los que hemos bebido de una taza sabemos que siempre quedarán gotas al final de la taza. Es prácticamente imposible dejarla vacía por completo. Sin embargo, lo que para mí era un castigo imposible, para mi Tata siempre fue un ritual y un momento de conexión de un vínculo abuelo—nieta. Al menos así lo recuerdo.
La conversación iba un poco así:
“¿No dejaste ni un secreto en tu taza?”
“No, Tata”.
El Tata abría los ojos con asombro y levantaba sus cejas pobladísimas. Eso significaba: muéstramela, y yo lo hacía.
“Ahí veo un par de secretos”
“¿Dónde?”
“Ahí, te escucho”.
Y yo soltaba alguna que otra cosa interesante. Al menos lo que cualquier muchacha adolescente tenía para contar. Ahora, pensando en esas tantas noches en casa de mi abuela, me imagino al Tata haciéndome todas esas preguntas con una sola intención: conocer a su nieta, forzándola a pensar sobre su vida privada, forzándome a contar un secreto. Esas noches, entre las tazas de leche de vaca, la mantequilla y mermelada de piña, el pan de manteca y mi Tata, empezaron a entrenarme para poder contar una historia. Con el Tata era muy fácil, existía lo que muchos artistas ahora no tenemos, existía libertad, libertad para expresar lo íntimo y sagrado. ¡No habían reglas para mis secretos! La única regla era beberme la taza de leche completamente. Contar el secreto era la consecuencia de no seguir la regla.
Era un espectáculo. Para una muchacha que no sabía que tenía secretos que contar, pensar en esos momentos de intimidad consigo misma, esas pequeñas confesiones grabadas solamente en la memoria, me revelaban justamente t o d o lo que tenía por contar. Pero había algo que me irritaba, cada vez que empezaba a contarle un secreto al Tata, me paraba en seco y me decía:
“Esta vez cuéntamelo diferente”
Me dejaba confundida.
“¿Cómo así diferente?”
“Usa tu imaginación”
Yo pensaba, pero pensaba mucho: ¿cómo rayos se lo cuento diferente? Y se me ocurría contarle sobre la vez en que reprobé un examen de química y solo se lo conté a mi madre. El Tata me respondía:
“¿Y eso como te hace diferente de todos los demás alumnos que también reprueban un examen de química?”
¡Ya sé, ya sé! Y le contaba sobre la vez que me quedé a dormir en casa de Mariana y tomé tequila por primera vez.
El Tata me escuchaba. Cuando le gustaba lo que escuchaba, no decía nada. Eso significaba continúa. Cuando no le gustaba, me decía cosas como:
“Eso ya me lo contaste”.
“Estás repitiendo la mismo”.
“Otra vez empezaste por el final”.
“Eso no es un secreto”.
“Me estás contando mucho”.
A veces me desesperaba. Sentía que no sabía cómo contar secretos, sentía que no eran lo suficientemente interesantes y que no cumplían con los estándares del Tata. Hasta que una noche, después de tanto entrenamiento, le pedí un consejo al Tata:
“¿Y cómo cuentas tú un buen secreto?”
El Tata me miraba con esas cejas de godzilla y sus lentes de librero que me encantaban. Se arrimó un poco más a mí, colocó sus codos sobre la mesa ovalada, mirándome pero no realmente, mirándome pero mirándose por dentro. En ese momento, yo no lo sabía, pero el Tata me dio uno de los mejores consejos para contar historias secretas:
“Tienes que imaginar al secreto sucediendo en tiempo real y contarme, detalle a detalle, objeto por objeto, persona por persona, lo que observas en tu cabecita. Ve más allá de la imagen borrosa. Aclárala, coloréala, ponle un lente, tu lente, muéstrame el camino, ese nuevo camino que has creado para llegar a ver la imagen fuerte y claro en tu cabeza.”
Lo observaba, hablaba con ímpetu y podía sentir su saliva en mi rostro con cada sílaba. Sus ojos amplios como la luna llena; sus ojos guardaban ese misterio que él buscaba. Estaba presenciando una transformación, como si le estuviera empezando a crecer pelo en todos lados y emitiera maullidos de asombro. Sus maullidos decían lo mismo que un felino: aquí estoy y te lo voy a hacer saber. Un maullido sirve para llamar la atención sobre algún aspecto del ambiente. Y eso estaba haciendo el Tata: me estaba enseñando a ver el ambiente.
Así que cerré los ojos, y empecé a maullar.
Cuando maullaba en exceso, el Tata me lo hacía saber. Un secreto mantiene esa expectativa, ese deseo por saber más. Aprende cuando callar y cuando contar. Un secreto bien contado se queda grabado en la memoria de los oyentes. Deja de ser un secreto individual y se convierte en uno colectivo. Pero la esencia del misterio se mantiene.
“Cuéntame la historia del examen reprobado”.
“Ya te la conté”.
“Si se me olvidó es porque no lo hiciste bien”.
Y volvía a maullar, más alto y más fuerte. Hacía uso del mejor consejo del Tata y pensaba, veía en mi cabeza al profesor Lynch corregirme con un lapicero rojo el examen de química de tercero. Veía el cero-cinco en una hoja con mi nombre. Veía la vergüenza en mis manos juntitas hechas un ovillo, en mi caminata cabizbaja yendo a casa, en la pregunta expectante y llena de presión a la hora de almuerzo: ¿y entregaron los exámenes? Anticipaba la humillación enfocándome en mi sopa de verduras, encontrando cebollas entre mi plato, separándolas con cuidado y rabia a la vez. La cebolla era amiga. La cebolla me distraía de la vergüenza familiar. Respondía sin levantar la cabeza. No veía la cara de mi madre, a sus labios aplastados y contenidos, no escuchaba su grito de decepción. Me quedaba sola en la mesa ovalada, sola entre cuatro sillas y un reloj que marcaba mal la hora. Me quedaba entre el tic tac y el silencio. Me quedaba con mi cero-cinco y un no tienes nada en la cabeza. Me quedaba, tal vez, creyendo que eso era verdad.
“¿Te diste cuenta?
“¿Qué cosa?”
“Esta vez sí fue TU secreto.”
Según mi Tata, seguí maullando cada vez mejor.
MASTERCLASS CREATIVA GRATUITA: EL ARTE DE CONTAR UN SECRETO
Lo que acaban de leer fue la historia detrás del arte de contar. Así nació la idea de la próxima masterclass gratis que tendremos el próximo domingo 7 de julio.
El Arte de Contar un Secreto es una clase de escritura creativa donde vamos a escribir tus revelaciones personales sin realmente decirlas literalmente. Vamos a aprender a contar, vamos a mostrarnos frente al papel, mostrar nuestros secretos sin sonar básicos o generalistas. Vamos a diferenciar nuestra voz como escritores, vamos a empaparnos de nuestras historias íntimas y mostrarlas tal y como las observamos en nuestras cabezas.
Siempre lo he dicho, mi cabeza es mi lugar favorito. Y la misión es hacer que tu cabeza sea el tuyo también.
La fecha será el próximo domingo 7 de julio vía Zoom. Este es el horario según tu ubicación geográfica.
05:00 PM Lima/Ciudad de México.
07:00 PM Buenos Aires
12:00 AM España (08/07)
08:00 AM Australia (08/07)
Una vez hecha tu inscripción, te llegará un correo con el link de nuestra sesión de ZOOM. No te preocupes si no te llega inmediatamente. A veces tarda unas horas. De lo contrario, revisa tu spam o contáctame.
¡Eso es todo! Cuando te digo que no te lo quieres perder, no lo digo a la ligera.
No olvides tu lapicero, tu libreta y tu taza favorita.
QUÉ EMOCIÓN ESCRIBIR JUNTOS.
C.
RECURSOS CREATIVOS
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Bella la historia y la complicidad con tu Tata ❤️